Posted by : Alvaro Alcocer Sotil lunes, 25 de febrero de 2013

 
           Enseño porque mis maestros me enseñaron el gusto por enseñar. Fueron, para mi suerte, grandes maestros, profesionales brillantes que enseñaban más de lo que exigían los sílabos y programas.
           Mi primer maestro fue Alberto Escobar, pudiera haber sido un buen abogado y ganar una fortuna, pero lo ganó la docencia. Como inexperto cachimbo me tropecé con  él en San Marcos. Tuve el privilegio de que fuera mi profesor en una asignatura experimental: castellano precisamente, que Escobar dictó en una sola oportunidad. Bajo su exigente magisterio fui avizorando el espíritu de la lengua; verdadera revelación para un mozo que hacía sus primeras armas en la Universidad .Cinco años más tarde, en otro curso inolvidable, fui refinando mis técnicas de lectura y mi sensibilidad ante la creación literaria: aprendí a ser lector.
           Luis Jaime Cisneros, caso curioso de vocación, estaba terminando sus estudios de Medicina, cuando conoce en Buenos Aires al famoso filólogo español Amado Alonso, encuentro que cambia la vida de Luis Jaime. Cuatro años le seguí fervorosamente, qué erudición, cada clase se empezaba indicando una larga bibliografía en varios idiomas. Yo había pasado los primeros dos años de letras  y me sentía distante, abrumado ante tal cantidad de conocimientos. No obstante el maestro siempre mostró hacia mí y muchos otros jóvenes una cordialidad.... ¡se le podían tutear! Algo que ni soñaba en mi propio hogar y en el colegio .Luis Jaime me enseño a reflexionar, a discutir, a replantear ideas; a ser perseverante a tener paciencia.
           Jose Jiménez Borja, excelente crítico literario, buen gramático, académico de lengua, estilista, ex ministro de Educación; de él se decía que pertenecía a una generación más tradicional, antigua. A pesar de esos comentarios adversos don José me proporcionó las bases para comenzar a intuir lo que él llamaba el “Tino pedagógico” invalorable compañero en la vida profesional de todo profesor; con el desaparecido profesor; con el desaparecido maestro fui aprendiendo a respetar verdaderamente a los alumnos, a los colegas, poco a poco, con dificultad, tuve que luchar contra mi propia arrogancia.
           Puedo decir más cosas, pero debo terminar. Enseño porque aprendo y me desarrollo intelectualmente .Para enseñar debo estudiar y en más de una clase han sido mis propios alumnos los que con sus comentarios  sinceros y enterados me han hecho descubrir virtudes  y defectos en mis propios trabajos y artículos ¿quién dice que el profesor sólo enseña y el alumno sólo aprende? Creo que también es al revés..
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                                                               A. Alcocer Martinez 
 
 
 

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